Migrant Stories

Una estrategia para prevenir el desplazamiento secundario

El lunes fue mi quinto día en Roxas, como encargado del grupo temático de Coordinación y Gestión de Campamentos, para la respuesta humanitaria coordinada al tifón Yolanda. También resultó ser mi quinto día en un proyecto de emergencia.

Cuando todo volvió a la normalidad, tras la visita relámpago del Director General a Capiz y su retorno seguro a Manila, nos enfrentamos al gran dilema planteado por el Gobernador de Capiz: había que reabrir la escuela primaria y secundaria para que las clases se reanudaran en Capiz el lunes, 12 de noviembre.

Por supuesto, todos estábamos de acuerdo en que era sumamente positivo que los niños retomaran la rutina escolar, pero había un problema. Tres de los centros de evacuación que seguían activos tras la destrucción causada por el tifón Yolanda eran justamente escuelas primarias.

De todos era sabido que los evacuados que permanecían en los centros eran los más kawawa – término tagalo para los más necesitados. Para darles una idea de la situación,  desde el momento en que llegamos a Roxas se nos comunicó que lo que querían las personas era regresar a sus hogares.

Poco después de que el tifón Yolanda se alejara de la isla de Panay, tras haber causado estragos, empezaron las labores de reconstrucción con el material recuperado de los escombros, prueba de que se trata de un pueblo sumamente resistente e ingenioso. El ansia de las personas de retornar a sus hogares también se manifestó en la rápida y continua disminución del número de personas que permanecía en los centros, tal como observamos en nuestras visitas periódicas. Sin embargo, algunas personas seguían en ellos. ¿Por qué?  

La respuesta es que las personas que continuaban viviendo en los albergues eran las más vulnerables de la sociedad filipina, ya que carecían de recursos para reconstruir sus hogares o ni siquiera tenían adonde ir.   

Esto nos remite nuevamente a nuestro dilema: ¿clases escolares o vivienda de emergencia? ¿Cuál era la prioridad al aproximarse el 12 de noviembre?

Raúl, del UNICEF, y yo, estuvimos dando vueltas una y otra vez a esta cuestión mientras comíamos rápidamente en Bicol Express. Entonces tuvimos una idea. ¿Y si proporcionábamos a los evacuados un lugar seco y seguro para pasar el día durante el horario escolar, y les dejábamos regresar a las aulas por la noche, para que durmieran allí?  

Empezamos a hacer cuentas. Pensamos que los padres y hombres mayores pasarían el día reparando sus hogares si podían, que los niños estarían en las aulas, asistiendo a clase y que, por tanto, sólo debíamos preocuparnos por las madres y sus bebés. Fue entonces cuando se nos ocurrió la idea de los albergues diurnos para niños.

Continuamos con nuestra lluvia de ideas. Raúl comenta que el UNICEF tiene lonas. Yo propongo que los hombres del Equipo de Respuesta y Asistencia para Desastres (DART) construyan un albergue. Pero, ¿con qué? “¡Con bambú! Yo me ocupo de eso”, dice Raúl.

Así surgió la idea, que comenzó a tomar cuerpo. Raúl añadió: “Podemos organizar algunas actividades para las madres y los bebés. Esta idea parecía cada vez más interesante.

Así que recurrimos a nuestros super héroes del DART. Hablamos con los hombres, que nos dijeron, como de costumbre: “Tendremos que consultar con el jefe, pero sí, seguro que podemos hacerlo.”

Por lo tanto, elaboramos nuestra lista y vamos marcando las casillas:

  • Lonas –  UNICEF
  • Bambú – Raúl
  • Mano de obra para retirar escombros y construir albergues – DART y el ejército filipino
  • Materiales de fijación – Casi inmediatamente,  Humanity First  ya estaba preguntando: “¿Qué necesitan? Sea lo que sea, cuenten con ello.”
  • Materiales de limpieza para las aulas – OIM, los tenemos
  • Actividades para los niños y sus madres – Save the Children, listos para actuar.

El siguiente paso fue convencer a nuestros interlocutores del Gobierno de Capiz. Fuimos rápidamente a la oficina del Gobernador Tanco, quien nos dio luz verde. La idea de que podíamos organizar clases sin desalojar a las familias vulnerables era buena, y no dudó en apoyarla decididamente.  

Entonces nos dimos cuenta de que habíamos vendido la idea, pero ahora tocaba ponerla en práctica (por cierto, acababa de anunciarse la evacuación de las zonas afectadas por un derrame de petróleo en el municipio cercano de Estancia).

Los miembros del grupo temático de Coordinación y Gestión de Campamentos aunaron esfuerzos y logramos nuestro objetivo.  

El lunes 12 de noviembre, se reanudaron las clases según lo previsto en las escuelas primarias Doña Victoria  y  Kanangkaan.

Al principio, nuestros albergues siguieron vacíos, por lo que nos sentimos inquietos. Habíamos logrado el objetivo de reanudar clases, pero seguía preocupándonos que nuestro concepto de albergues diurnos para niños no resultara. Sin embargo, la tradición filipina del chimis (“teléfono árabe”) no tardó en funcionar. Corrió la voz de que estábamos organizando actividades para los niños, y utilizando lonas adicionales para crear espacios a la sombra.

Antes de que pudiéramos darnos cuenta, las madres y sus bebés empezaron a llegar, una tras otra, a la escuela primaria Kanangkaan. Todas las familias habían retornado a sus hogares, pero las madres y sus bebés decidieron volver.

Las circunstancias de Doña Victoria fueron distintas. A diferencia de Kanangkaan, que se encuentra en las proximidades del lugar de origen de los evacuados, los evacuados de Doña Victoria provienen de lugares mucho más lejanos. Vaciar las clases exigía cierta labor de persuasión. Al ir de clase en clase con la directora de la escuela, pude poner en práctica mis escasos conocimientos de tagalo. La principal preocupación de las personas era que necesitaban materiales de albergue para poder regresar a sus hogares. Les garanticé que el Gobernador, el Ministerio de Bienestar Social y Desarrollo, y el equipo humanitario concederían la máxima prioridad a los evacuados en la distribución de material de albergue, en cuanto estuviera disponible. Tras escucharme, accedieron a trasladarse al albergue, para gran alivio de la directora, la Sra. Edna y el mío propio.

Sin embargo, surgió otro inconveniente inesperado. Durante un breve lapso de tiempo, no había nadie de la OIM en  Doña Victoria. Me quedé horrorizada cuando regresé y me encontré con un albergue en pésimo estado de mantenimiento, con una tienda (sari sari) en su interior, y basura por todas partes.   

Una vez más, hice gala de mis excelsos conocimientos de tagalo, al proferir: “Bawal sari sari dito” – ¡esto no es un mercadillo! –  “Quiten esas mantas y esas láminas oxidadas”. Pero lo importante es que me entendieron. “Bawal basura dito” – “¡Fuera toda esta basura!”. Pude encontrar las palabras exactas.

Me sentí aliviada al ver que me escuchaban (tal vez debería llevar una gorra de la OIM cuando regaño a mis hijos). 

En cualquier caso, tuvimos que vigilar continuamente los albergues diurnos, para cerciorarnos de que se utilizaran de manera correcta, y que las lonas no “se soltaran”,  pero, en general, conseguimos nuestro objetivo. Lo que más me gustó fue el trabajo en equipo. Todos estábamos ahí por los niños, y aunamos esfuerzos para asegurarnos de que las clases pudieran comenzar el lunes, como fue el caso, sin obligar a las familias vulnerables a marcharse antes de tiempo. Las personas que saben lo que conseguimos me dicen que la idea que tuvimos mientras comíamos en Bicol Express fue una “estrategia para prevenir un desplazamiento secundario”. Eso me agrada.