Migrant Stories

De Misrata a Accra: la historia de Abd Al Mageed

La historia comenzó cuando vi que a Abd Al Mageed, sentado
solo en el puerto de Misrata, visiblemente alterado y rechazado por
todos, me miraba fijamente con la mirada vacía.
Víctima de golpes y torturas, estaba mentalmente destruido y
físicamente débil.

Me redujeron a la nada

"Mataron mi sombra y ahora quieren acabar conmigo", eran las
únicas palabras que Abd pronunciaba para referirse tanto a
los gadafistas como a los rebeldes de la ciudad de Misrata
(Libia).

Después de que los presidentes de Túnez y Egipto
fueran derrocados, la vecina Libia sostuvo, en febrero de 2011, sus
propias protestas para exigir un cambio. El conflicto
estalló en Trípoli, la capital, con una fuerza
aplastante. Misrata también se vio seriamente afectada. La
ciudad, bajo el control de los gadafistas, quedó bajo un
violento asedio durante tres meses, tiempo en el que cientos de
civiles perdieron la vida.

Abd, de 24 años y oriundo de Accra (Ghana),
decidió ir a Misrata para trabajar en la construcción
y, una vez allí, fue víctima de golpes y torturas.
Llevaba trabajando menos de un año cuando se desató
el conflicto.

A raíz de aquello, perdió la confianza en el ser
humano. Tras varios meses sin hogar, Abd decidió ir al
puerto, donde, desde entonces, permanecía sentado. La OIM
disponía de una embarcación lista para trasladar a
los migrantes desde Misrata, donde el conflicto no hacía
más que intensificarse, hasta sus países de origen.
Creímos que sería coser y cantar que subiera a bordo;
nos equivocábamos.

Fuego militar

El barco zarpaba en una hora. Los bombardeos comenzaban en el
puerto. Nunca antes me había encontrado tan cerca de estar
bajo fuego militar. ¿Qué opciones tenía? Abd
no confiaba en nadie y no podía obligarlo a venir. El barco
calentaba motores; se acercaba el momento de partir. Le suplicamos
que viniera una última vez, pero continuaba
inmóvil.

Recuerdo que Abd estaba de pie al lado de la puerta mientras
esta se cerraba hasta que, indeciso, subió a bordo justo
antes de que zarpásemos. Fue el último pasajero.

No obstante, las dificultades no acabaron ahí. Abd se
negaba a tomar agua, alimentos y medicamentos. Pensaba que todo el
mundo lo trataría como hicieron sus agresores. La
desconfianza era su única protección.

Al día siguiente, continúo en huelga de hambre y
medicamentos y se negaba a viajar a Sallum (Egipto). Lo intentamos
todo e incluso contactamos con ghaneses que se encontraban
allí para que le confirmaran que era seguro ir a Sallum. Abd
permaneció 48 horas sin ingerir nada, así que tuvimos
que administrarle un ansiolítico para que estuviera
hidratado y con energías.

A continuación, solicitó hablar en privado con una
doctora de la OIM, la única persona en la que empezaba
confiar, y le dio un billete de US$100, su única
pertenencia. Le pidió que, si le mataban, entregase ese
dinero a su familia, haciendo hincapié en la importante que
eso era. Acto seguido, subió al vehículo de la OIM y
partió dirección a Sallum.

A su llegada, lo recibieron dos médicos, dos enfermeras y
un trabajador psicosocial, quienes lo atendieron y lo derivaron a
un hospital terciario de cuidados psiquiátricos de El Cairo
(Egipto).

Tratamiento especializado

La OIM se aseguró de que Abd recibiera un tratamiento
especializado en el Hospital Universitario de El Cairo. Dos semanas
más tarde, empezó a comer y a tomar los medicamentos
prescritos hasta que recuperó las fuerzas necesarias para
viajar a Ghana.

Una escolta médica de la OIM lo acompañaba en el
vuelo a Accra. A su llegada, internó en un hospital
psiquiátrico, donde fue tratado durante dos meses. Una vez
le dieron el alta, viajé a Ghana para visitarlo. Por primera
vez desde que lo conocí, sonreía. Era un hombre
nuevo.

La sombra de Abd Al Mageed por fin había vuelto a la
vida.