Migrant Stories

Sobrevivir para contar la experiencia

A las 5 de la madrugada de una ventosa mañana de fin de
semana, 257 personas se echaron al mar en una vieja e innavegable
embarcación en Janzour, a 15 Km. al oeste de Tripoli,
Libia.  Partían hacia la isla italiana de Lampedusa en
un barco de traficantes de migrantes.  Doce horas
después, 21 de ellos se encontraban en un centro libio de
migrantes irregulares; el resto había perdido la vida. 
Michele Bombassei, de la OIM, habló con dos de los
supervivientes, entre los que se encuentra un menor no
acompañado, y relata su historia.

Bilal tiene 15 años.  Dejó su país,
Gambia, hace ocho meses junto a un amigo con la idea de llegar a
Italia ya que su sueño era el de ganar un buen salario y
tener una bonita casa.  Con 35.000 Gambia Dalasi (unos US$
1.200 o EUR 967) en el bolsillo, cruzó Senegal, Mali y
Níger antes de llegar a Libia.  La primera parte del
viaje fue sencilla – el mismo idioma, sin necesidad de
presentar un visado, medios de transportes normales.  Pero una
vez que abandonó Agadez, al noreste de Níger y puerta
de entrada al Sahara, la situación se tornó
difícil repentinamente.

Cruzó el desierto en camión, atravesando la vieja
ruta que una vez fuera del dominio exclusivo de Tuaregs y
Bereberes: Dirkou, Gatroum y finalmente Sabha, en el suroeste de
Libia.  La última parte del viaje no fue tan tormentosa
pero no por eso menos peligrosa. 

Bilal recorrió los 800 Km. que separan Sabha de Tripoli
en la parte trasera de una furgoneta, escondido bajo una pila de
cosas y tras haber pagado cerca de US$ 80 (EUR 60) para llegar a la
costa norte africana.

Una vez en Tripoli, Bilal se desenvolvió solo. 
Encontró un lugar donde dormir en una habitación que
debía compartir con 15 personas más, previo pago de
otros US$ 80.  Realizando una serie de pequeños
trabajos como lavar coches y pintar, Bilal consiguió ahorrar
en cuatro meses otros US$ 1.200.  Para él y para muchos
otros, Libia es la tierra prometida: a sus 15 años, sin
nigún tipo de ayuda e incapaz de decir ni una sola palabra
en árabe, había conseguido ahorrar el equivalente al
sueldo de todo un año en Gambia.

Con el dinero en el bolsillo, un jueves de marzo, Bilal se
dirigió a un edificio de las afueras de Tripoli donde
conoció a cientos de otros como él.

Kune, de 24 años, es de Costa de Márfil y
trabajaba como taxista.  Pero decidió dejar su
país, su mujer e hijos siguiendo el consejo de su
cuñado: "ven a Libia, hay mucho trabajo y mucho dinero".

Durante tres meses, Kune viajó de Costa de Márfil
a Burkina Faso, Níger y, finalmente, Libia. Gastó
todo el dinero que pudo reunir de sus padres y familiares –
CFA 350.000 -, unos EUR 500, para cruzar el desierto y finalmente
reunirse con su cuñado.

Igual que Bilal, el viaje de Sabha a Tripoli fue la etapa
más peligrosa de la aventura. La policía sabe que
algunos libaneses desean ganar un dinero fácil cobrando
alrededor de US$ 95 por llevar a los migrantes irregulares en sus
vehículos.  Así que controlan tantas furgonetas
y camionetas como les es posible.  Kune recorrió los
800 Km. tapado con una toalla, escondido en la parte trasera de la
furgoneta.  Una vez en Tripoli, se reunió con su
cuñado, quien le ayudó a encontrar un trabajo y un
lugar donde dormir.

Después de seis meses en Tripoli, se les presentó
la oportunidad de cruzar el Mediterráneo y decidieron
tomarla.  Kune no había conseguido ahorrar el dinero
suficiente para pagar a los traficantes pero su cuñado le
prestó lo que le faltaba.

Bilal y Kune intercambiaron miradas de terror la primera vez
alrededor de las 9 de la mañana de esa ventosa mañana
de fin de semana.  Estaban agarrados a los restos de la proa
que flotaba a unas 30 millas (48 Km.) de la costa.  Aun no se
había enviado ningún SOS.  No tenían nada
de comer ni de beber – tan solo la fría agua del mar
en invierno.  Siete horas después fueron rescatados,
junto a 19 personas más, por una embarcación
libia.  El resto de los pasajeros, incluídos los
traficantes, corrieron otra suerte.

Hoy estoy sentada en medio de los dos.  Kune, a mi derecha,
habla francés.  Su tono de voz es elevado y cuenta la
historia con entusiasmo.  A mi izquiera, Bilal susurra en
inglés.  Está avergonzado y tienen miedo. 
Cuando descubre que soy de Italia, se le ilumina la cara y comineza
a nombrar a todos los jugadores de fútbol italianos que
conoce.

Cuando Kune comprende lo que Bilal dice, empieza a negar con la
cabeza y dice: "les enfants…avec tous les problems il a, il
pense au foot… (Ah, los jóvenes, con la de problemas
que tenemos y pensando en el fútbol...)"