Migrant Stories

Refugiado número 100.000: de un campamento fronterizo en Tailandia a EE. UU. para comenzar una nueva vida

Discreta y no muy grande, Ma Lay Lay es una mujer que parece llevar sobre los hombros el peso de sus problemas. Con la mirada perdida, es como si sus decisiones y todo lo que le rodeara empezase a dar frutos.

Sus padres abandonaron Myanmar en 1988, debido a los disturbios civiles.  Ella nació en Tailandia, donde, en las proximidades de la frontera, un enorme y abarrotado campamento para refugiados llamado Mae La se convirtió en su hogar, el único que ha conocido en sus 24 años de vida.  En 2005, se registró como refugiada y, algunos años después, conoció a Christopher en una escuela del campamento.

“Me enamoré de él.  Me gustaban su forma de pensar y su determinación”, rememora Ma Lay Lay. Después, llegaron sus dos hijos: Labur Paw, de  3 años, y Yewar Mar Ser, de 11 meses, y la noticia de que su solicitud de reasentamiento en Estados Unidos había sido aceptada, por lo que, en el marco de un programa gestionado por la Oficina de Población, Refugiados y Migración (PRM) del Departamento de Estado de los Estados Unidos, a finales de septiembre partiría del campamento.  De este modo, se convirtió en la refugiada número 100.000 que, desde que en 2004 se reiniciaran las operaciones de reasentamiento a gran escala, ha recibido ayuda de la OIM para abandonar Tailandia.  Casi todos los participantes provenían de alguno de los nueve campamentos que se encuentran en la frontera con Myanmar.

“Aunque estoy muy triste, me iré por el futuro de mis hijos. Tendrán estudios superiores y yo podré trabajar”, afirma Ma Lay Lay mientras se prepara para abandonar la pequeña casa de madera de la familia.

El viaje, a bordo de un avión con dos niños pequeños, sin saber inglés, sin casa, ni trabajo… Todo eso se le hace cuesta arriba.  Eso, y que tiene que dejar atrás a su marido, quien no se registró al mismo tiempo que ella y debe esperar a que su solicitud sea procesada rápida y positivamente.

Ma Lay Lay cree que podrá sobrellevarlo un tiempo, pero afirma: “Me preocupa no saber el idioma, no poder pagar el alquiler, perderme en la ciudad y no saber cómo volver a casa”. Eso sí, el frío no la amedrenta: “Mientras tengamos abrigos suficientes, la nieve no me asusta”.

Para facilitarle al máximo el cambio, la OIM le ha prestado ayuda en todas las etapas del viaje.  Así pues, se les han realizado exámenes médicos a ella y sus hijos para comprobar que se encuentran en condiciones de viajar.  Además, han visto videos sobre la vida en Estados Unidos, han aprendido acerca de las estaciones y las familias estadounidenses e, incluso, han utilizado cocinas, duchas, grifos y baños en un módulo construido para impartir cursos de orientación cultural gestionado por el Centro de Apoyo del Comité Internacional de Rescate.  Otras organizaciones, entre las que se incluye el ACNUR, han colaborado mediante la provisión, durante varios años, de protección en los campamentos e identificando y presentado los casos de los residentes en ellos ante los Estados Unidos para su reasentamiento.

Los cursos de orientación continúan a bordo del avión y también después.  El personal de la OIM, que habla fluidamente karénico, el idioma de Ma Lay Lay, le enseñan a ella, y al resto de personas que serán reasentadas, cómo empacar sus cosas, abrocharse el cinturón e, incluso, cómo utilizar el baño del avión.

Los niños reciben sus primeros abrigos.  Asimismo, se entrega un par de zapatillas deportivas al mayor y pañales para el bebé.  Pasan su primera noche en un hotel, con agua corriente, baños con cisterna, una inmensa y cómoda cama, aire acondicionado y electricidad.  Tras la última sesión de orientación cultural, el personal del hotel los recibe y tienen tiempo de descansar algo antes de que, a las 2 de la mañana, llegue el autobús que los llevará al aeropuerto.

Los mayores parecen estar en estado de shock.  Los padres aparentan estar preocupados y casi no hablan.  Los únicos que se diría que están tranquilos son los adolescentes, que ríen y, se creen ya estadounidenses.

El aeropuerto internacional les llama a todos la atención: miran, asombrados, los techos de cristal, las tiendas, los ascensores…

Preguntamos a Ma Lay Lay cuáles fueron las últimas palabras que le dedicó su marido.

“Me dijo: 'Es hora de dejarlos.  Vete y, si todo sale bien, algún día me reuniré con ustedes”.

“Esta mañana me desperté feliz.  Al partir del campamento, veía árboles y montañas, una vista preciosa.  No lloramos porque no es una despedida definitiva, como sucede con la muerte, así que pensamos de forma positiva”, concluye Ma Lay Lay.