Migrant Stories

Migrantes temerosos son víctimas de la violencia en contra de los extranjeros en Sudáfrica

"Un africano debe salvar a otro", afirma en un tono filosofal
Begson Lubelo, de 50 años de edad, mientras espera en una
parada de autobús cerca de Park Station en Johanesburgo, al
autobús lo llevara de vuelta a su país, Malawi.

Lubelo, su esposa y su hija de dos años llevan dos
días esperando en la parada de autobús, sin comida ni
refugio. Como varios miles de extranjeros más, han tenido
que huir de los violentos ataques en los municipios pobres en todo
el país. Los proliferantes ataques que se iniciaron en mayo
han dejado a unas 60 personas muertas y a decenas de miles, sin
hogar.

Lubelo recuerda: "Durante el apartheid, los sudafricanos
venían a nosotros en busca de ayuda y nunca les robamos ni
los linchamos, sino que les dimos la bienvenida. Hoy somos nosotros
los que estamos aquí y es esto lo que recibimos. Queremos
que la gente de Sudáfrica sepa que un africano debe salvar a
otro."

Lubelo es oriundo de Blantyre y llegó a Sudáfrica
hace nueve años. Antes de los ataques, trabajaba como
guardia para una compañía de seguridad privada. Su
esposa y su hija menor llegaron a Sudáfrica hace apenas d
meses y dejaron en Malawi a sus otros seis hijos.

Cerca de las 9:00 pm del viernes 17 de mayo, Lubelo estaba en
casa con su familia, en el municipio de Angelo, en Boksburgo, al
este de Johanesburgo, cuando en la distancia empezaron a escucharse
gritos y silbidos. La gente del lugar se estaba reuniendo para
empezar con los ataques, pero Lubelo no se dio cuenta del peligro
inminente al que se exponían él y su familia.

Cerca de las 11:00 pm, un grupo numeroso de sudafricanos
penetró en su vecindario, apaleó a los extranjeros y
destrozó sus chozas. Lubelo y su familia huyeron hacia el
monte en las cercanías mientras los agresores saqueaban y
desvalijaban su casa. La familia pasó dos días con
sus noches en el monte, sin agua ni refugio, demasiado temerosos
como para volver a su vecindario, en dónde los vecinos
esperaban y amenazaban con matar a todo extranjero a la vista.

Finalmente, Lubelo logró hacer un llamado de auxilio a su
jefe, quien los recogió y los condujo hasta la embajada de
Malawi, en dónde se les entregaron documentos de viaje de
emergencia. A continuación se dirigieron hacia Park Station
y al llegar se encontraron con miles de extranjeros más que
esperaban para poder escapar.

El ataque dejó a Lubelo sumamente herido y enojado, pero
insiste en que, como africano y cristiano, nunca dudaría en
ayudar a un sudafricano, si llegara a presentarse la oportunidad
una vez que se encuentre de vuelta en Malawi.

Sin embargo, el futuro es sombrío para él y los
demás extranjeros en la parada de autobús en Park
Station, incluidos los malauís. La mayoría de ellos
llevan años viviendo en Sudáfrica como parte integral
de las comunidades locales que se han vuelto en su contra. Pero
ahora, despojados de sus posesiones, negocios, empleos, documentos
y dignidad, lo único que desean es volver sanos y salvos a
sus países.

"No hay nada para nosotros en Malawi, pero por lo menos
viviremos y tal vez después encontremos algo qué
hacer", afirma un malauí, sentado junto a Lubelo. "Muchos de
nosotros no tenemos dinero, pues nos robaron todo durante los
ataques, por lo que la gente está esperando que sus amigos y
familiares les envíen dinero desde sus países para
poder tomar el autobús", agrega. Durante los primeros
días después de que iniciara la crisis, la OIM puso a
disposición una primera tanda de paquetes de socorro de
emergencia que incluían mantas y colchonetas para dos mil
personas desplazadas por la violencia, además de 500
paquetes para menores con algunos artículos de primera
necesidad para que los padres pudieran cuidar de sus niños
pequeños.

Sin embargo, la escala del desastre es inmensa: a tan solo tres
kilómetros de la parada de autobús de Park Station,
unos dos mil extranjeros se han refugiado en la Iglesia Metodista
Central. "Como pueden imaginarse, necesitamos urgentemente de
víveres, mantas y medicamentos básicos" explica
Godfrey Charamba en nombre de los presentes.

Los extranjeros están demasiado asustados para volver a
sus trabajos y han sobrevivido gracias a la ayuda de la iglesia y a
las contribuciones de los benefactores locales y de las
organizaciones de ayuda humanitaria, que les han suministrado
principalmente víveres y mantas.

Pero Charamba explica que aún hay más retos por
enfrentar: "En primer lugar, los niños aquí presentes
necesitan ir a la escuela o a la guardería, para lo que
necesitamos ayuda financiera. En segundo lugar, con dos mil
personas amontonadas aquí, en las oficinas de la iglesia,
nos hacen falta psicólogos y educadores sexuales, pues el
riesgo de contagio de enfermedades de transmisión sexual en
una situación como la nuestra es perturbador. También
nos hace falta gas para cocinar y, por último, los
baños en el edificio no funcionan. Entre nosotros hay
técnicos capacitados, por lo que si conseguimos las piezas,
podemos repararlos nosotros mismos", agrega Charamba.

La constante preocupación por su seguridad no hace
más que agravar la tensión en este grupo y en muchos
más que se encuentran en una situación similar.

Muchos están desconcertados al ver ocurrir este tipo de
acontecimientos en un país al que se solía concebir
como un bastión de paz y reconciliación, pero no cabe
duda que los recientes ataques xenofóbicos que han conmovido
a Sudáfrica dejarán cicatrices lamentablemente
similares a aquellas que dejó el violento pasado de este
país.

En un intento por reducir el número de cicatrices y
evitar que este tipo de perturbaciones se repita, la OIM
está trabajando en conjunto con METRO FM, la estación
de radio comercial urbana más grande de Sudáfrica, y
el Servicio Postal Sudafricano para educar al público acerca
de los peligros que implica la xenofobia y la trata de seres
humanos, y colectar fondos para ofrecer asistencia humanitaria
inmediata a los migrantes desplazados.

A este proyecto se suma un programa de lucha contra la xenofobia
que durará dos años y cuya implementación
correrá a cargo del Gobierno y los representantes de la
sociedad civil, siempre y cuando logren recolectarse los US$ 1,9
millones necesarios.

Tanto Sudáfrica como su gran comunidad de inmigrantes
necesita un cambio profundo de actitud hacia los extranjeros, pues
sin él, ambas partes tienen mucho que perder.