Migrant Stories

Decenas de miles de personas siguen desplazadas en el sur de Filipinas

Hace apenas dos meses, la ciudad histórica de Zamboanga, en el sur de Filipinas, fue el escenario de violentas explotaciones, cuando combatientes del Frente Moro de Liberación Nacional protagonizaron enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales. La ciudad quedó paralizada durante varios días, y todavía está recuperándose de la encarnizada pugna. Un gran contingente de soldados, militantes y civiles fue asesinado, y uno de cada seis residentes de esta ciudad, que cuenta con 775.000 habitantes, tuvo que huir de su hogar.
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El frente marítimo de Cawa Cawa alberga a cientos de familias, en su mayoría pertenecientes a la tribu Badjao, un pueblo marino islámico también conocido como “gitanos de mar”. Esta avenida, otrora caracterizada por su elegancia, se ha convertido en un hervidero de seres humanos donde en cualquier momento puede tener lugar una desgracia, ya que camiones y automóviles circulan a gran velocidad a escasos metros de los niños que juegan en la carretera, al tiempo que sus madres cocinan en fogones de carbón aglomerados en tiendas de campaña superpobladas.

Casi todas estas personas provienen de los suburbios de Río Hondo y Mariki, en las inmediaciones de la costa. En la actualidad, el lugar del que proceden, el distrito Campo Muslim de Río Hondo, es un auténtico infierno. Lo que en su día fue un suburbio concurrido ha quedado reducido a cenizas, y a un amasijo de metales y escombros.

El día de nuestra visita, se había permitido a los residentes regresar durante 48 horas a las zonas afectadas para que recuperaran lo que pudieran. Sin embargo, para la gran mayoría no sirvió de mucho, ya que ni siquiera sabían a ciencia cierta dónde solía encontrarse su hogar. Aun así (lo que resulta desgarrador), marcaron  sus territorios con sogas y banderines, confiando en poder reconstruirlo un día. La pregunta que se plantea es: “¿con qué? 

Gapur Nasilin, un hombre de 46 años de edad y padre de tres hijos, me llama para anunciarme que ha perdido su empleo de guardia de seguridad (no hay nada que vigilar, ni nadie de quien protegerse), por lo que se dedica a la compra y reventa de pescado en el mercado, lo cual le reporta unos ingresos que oscilan entre 50 y 100 pesos al día (entre 1,25 y 2,5 dólares EE.UU.). Todo aquello por lo que siempre luchó se ha esfumado. Gapur confiesa: “Estoy conmocionado. No tengo ni la menor idea de lo que voy a hacer."

En realidad sí tiene una idea. Ha previsto ponerse en contacto con sus antiguos compañeros de escuela, con la esperanza de que puedan ayudarle, en particular quienes trabajan en el extranjero. Este hombre bueno y honrado, dos años menor que yo, está por romper a llorar y, en apenas dos meses, su semblante ha quedado marcado por toda una vida de tristeza.

Si bien Río Hondo parece un infierno, Maikiri es otro planeta. La bahía está repleta de cientos y cientos de varas que sobresalen del agua. Hasta principios de septiembre, apuntalaban una comunidad singular de Badjaos, que vivía en casas levantadas sobre estos pilotes. El 99% de estas viviendas simplemente se ha esfumado en la conflagración masiva que tuvo lugar cuando el ejército expulsó a los militantes.

Los edificios que se encontraban en el centro de la ciudad eran más resistentes que en Río Hondo o Mariki, pero el día de nuestra visita podría haberse dicho que estábamos en Beirut durante la guerra civil del Líbano, o en Mogadiscio en los años 90. Todos los tejados se han venido abajo, todas las ventanas están destrozadas, todas las paredes están acribilladas con agujeros de bala. Todos los patios traseros están quemados, por lo que es difícil determinar cuál era la parte interior y exterior de una casa. Observo anonadado un poste que tiene tantos impactos de bala que más bien parece un colador gigante. La temperatura supera los 30°C en las calles, espeluznantemente desiertas, pero siento escalofríos. 

A los residentes que provienen de esta parte de la ciudad se les sigue acomodando en estadio  Joaquin F. Enriquez Memorial, más conocido como “Grandslam”. La entrada se encuentra frente al principal pabellón costero, lo cual significa que los desplazados están dispersos a lo largo del frente marítimo y dentro del estadio. En el interior del mismo, la OIM, el Ministerio de Bienestar Social y Desarrollo, y otros organismos atienden las necesidades más básicas de 21.000 personas (del total de 120.000 alcanzado en el punto álgido de la crisis).

El lugar está sucio y maloliente, no obstante los enormes esfuerzos realizados por las organizaciones humanitarias y el Gobierno. El fango verde obstruye las franjas de drenaje, y los niños vadean descalzos por el lodo putrefacto que les llega a la rodilla. Reina el caos, todo está lleno de humo y azota el calor, y al atardecer la actividad es frenética. Sólo Dios sabe cómo fue al principio, cuando el número de personas que comía, bebía, defecaba y dormía allí era seis veces superior, y sólo Él sabe lo que sucederá si un ciclón azota Mindanao, ya que estamos en temporada de tormentas. 

La OIM ya ha donado toldos, fogones, carbón y lámparas solares a miles de desplazados, y está construyendo barracones de madera para las familias que se encuentran en el estadio  Grandstand. Asimismo, dirige conjuntamente con el Gobierno las actividades realizadas en materia de coordinación y gestión de campamentos.  

El Jefe de Misión en Filipinas, Marco Boasso, subraya que la OIM confía en tomar parte en los esfuerzos desplegados por múltiples asociados con el fin de aportar una estabilidad duradera a Zamboanga y las zonas aledañas. Señala: “Si bien estamos concediendo prioridad a la prestación de asistencia de emergencia a las personas que se encuentran en situaciones extremas, nos consta que esto sólo proporciona alivio temporal. El siguiente paso será ofrecerles un alojamiento más seguro, por lo que hemos comenzado a construir barracones. Esto permitirá que las familias y, concretamente, las mujeres y niños, vivan de una manera más digna y segura.”  

Marco Boasso concluye: “Sin embargo, la única forma de garantizar la estabilidad e impedir el mayor desarraigo de las poblaciones es asegurar medios de subsistencia y una estructura que funcione, de tal modo que las personas no estén descontentas y busquen soluciones más radicales. Estamos dispuestos a aunar esfuerzos con el Gobierno, las comunidades y la sociedad civil con el fin de ayudar a Zamboanga a superar este doloroso episodio."