Migrant Stories

De Tailandia a Texas: un viaje de siete años que está a punto de tocar su fin

Mientras es posible percibir el agotamiento y el nerviosismo que
invade a ambos progenitores, sus hijas rebosan entusiasmo. 
Tras siete años en un campamento para refugiados, esta
familia de cuatro miembros se traslada a Texas.

Mya Boe (de 59 años), su esposa Hee Thaw (de 57) y sus
dos hijas, Day Mu Shi (de 24) y Kae Ler Paw (de 20) están a
punto de alcanzar el final de un largo proceso de exámenes
médicos, sesiones de orientación cultural y
entrevistas, y próximamente dejarán Tailandia en
busca de una nueva vida.

En agosto de 2005, Mya Boe decidió abandonar Myanmar y
huyó, atravesando la selva y las montañas, con su
esposa y sus dos hijas adolescentes y un saco de arroz a sus
espaldas.  Ahora, él y su familia son los
últimos de un total de 80.000 personas que, a lo largo de
los últimos cinco años, se han beneficiado del
programa de reasentamiento de la OIM en Tailandia.

“El Estado de derecho era inexistente en nuestro
pueblo.  Cada dos por tres venían diferentes grupos de
soldados, a quienes teníamos que dar el arroz o las
judías que habíamos cultivado.  Como no
podía mantener a mi familia, huimos.  No
sabíamos a dónde íbamos. 
Preguntábamos en todos los pueblos por dónde quedaba
la frontera.  En un momento, hasta tuve que llevar a las
niñas a cuestas”, rememora con tristeza Mya Boe.

Una semana después, llegaron al campamento de Mae Ra Mah
Luang, en Tailandia septentrional, y en cuanto se les
presentó la oportunidad de emigrar, decidieron
aprovecharla.

“La situación está mejorando (en Myanmar),
pero hemos decidido establecernos en los Estados Unidos.  Mis
hijas tienen que conocer el mundo y recibir una
educación.  Para mí ya es muy tarde;
encontraré un trabajo para disponer de ingresos con los que
mantenerlas y garantizarles un futuro”, afirma Mya Boe.

A la pregunta de qué quiere ser de mayor, Kae Ler Paw,
responde sin vacilar: “Médico”.

Su hermana mayor muestra más cautela: “Por un lado,
me entusiasma la idea de ir a un país en el que tendremos
muchas libertades, pero, por otro, me preocupa el nivel educativo y
si llegaré a lo exigido.  Lo que sí tengo claro
es que me gustaría ser algo como trabajadora humanitaria, o
profesora para poder ayudar a mi pueblo”.

Hay una larga pausa.  Sus padres, el personal internacional
de la OIM, el intérprete y el responsable de la
logística escuchan y reflexionan.  Nos sentimos
orgullosos de las dos jóvenes.  Comprensión,
optimismo, la voluntad de sacrificarse y de tener éxito: he
aquí la verdadera cara de la migración.